25/9/08

The Butcher of Bilbao (el carnicero de Bilbao)

Así bautizaron a Goikoetxea los periodistas de Inglaterra, cuando, hace ahora 25 años, en un partido electrizante entre el Bilbao y el Barcelona, le arreó una patada (no habiendo peligro de ningún tipo en la jugada pues fue en el centro del campo) a Maradona y le dejó tendido en el cesped con fractura del maléolo perineal, desgarro de los ligamentos lateral interno y sindesmosis del tobillo izquierdo.

Yo seguí ese partido y cuando vi esa patada pensé que a Goikoetxea, además de expulsarle, le deberían de haber detenido y puesto a disposición policial por agresión alevosa intolerable, sólo le sacaron la amarilla, Maradona estuvo muchos partidos sin poder jugar, no era el primero que el célebre leñero, lesionaba de gravedad.

Al día siguiente el comité de Competición de la federación de futbol le sancionó con 18 partidos y Goiko junto con su presidente se dedicó a llorar por los programas de televisión hasta que consiguió que le rebajaran la sanción, el sostenía y sostiene que fue sin mala intención, yo lo dudo mucho, pero no es el primer defensa, ni el último que los árbitros permiten alegremente campar a sus anchas por los campos de fútbol. Goiko está unido a la historia del Racing de Santander pues ha sido entrenador del primer equipo durante algún tiempo, para el que esté interesado en la historia de aquel partido puede leer el siguiente reportaje:


25 años de la patada más famosa de la historia

Estas botas son la cara y la cruz del fútbol

Goikoetxea, que exhibe el calzado con el que lesionó a Maradona, evoca el aniversario de la entrada que marcó una época en el fútbol

UNAI LARREA - Bilbao - 22/09/2008

Aquel día de la Mercé, fiesta mayor en Barcelona, lo emprendió Maradona en un hospital y lo apuró en otro. De buena mañana, visitó a un niño atropellado por un coche. "Cuando me vio, se le iluminó la cara. Le di un beso y me apuré a irme, porque esa misma noche tenía que jugar el partido", relata El Pelusa en su biografía, Yo, el Diego de la Gente (Planeta). Cuando Maradona se disponía a franquear la puerta, el niño reunió las pocas energías que tenía para gritarle: "Diego, ¡cuídate, por favor, que ahora van a por ti!". Y por la noche...

"¡Schuster! ¡Schuster! ¡Schuster!", gritaban las 120.000 almas congregadas aquel sábado de castells y sardanes en el Camp Nou para ver el primer gran duelo del año, el campeón de Liga, el Athletic de Bilbao, ante el campeón de Copa, el Barcelona. El alemán acababa de cometer una dura entrada, no sancionada, sobre Andoni Goikoetxea, el defensa con que se había topado dos años antes en San Mamés, con funestas consecuencias: rotura del ligamento interno y del ligamento cruzado de la rodilla derecha, nueve meses de baja. "¡Schuster!", oía Maradona, que lo narra así: "El vasco estaba que volaba. 'Yo le voy a matar', decía. Entonces le dije: 'Tranquilo, Goiko, serenate, que van perdiendo 3 a 0 y por ahí te ganás una amarilla al pedo".

Antes de que el juego se detuviera, Maradona cayó al medio campo en busca del balón, de espaldas al marco del Athletic y con Goikoetxea, furioso, cosido a sus talones. El silencio se hizo en el coliseo. "Sentí el golpe, oí el ruido, como de una madera que se rompía", describe Maradona. El futbolista yacía sobre el césped, las manos sujetando su lastimado tobillo izquierdo, aplastado contra el césped por la adidas del vasco. El árbitro, el murciano Jiménez Madrid, 46 años, jefe de inversiones de la Caja de Ahorros de Alicante y Murcia, sólo se echó la mano al bolsillo cuando los futbolistas del Barcelona le rodearon para reprobar la acción. Sacó una tarjeta amarilla. Migueli trató de incorporar al Pibe. "No, Miguel, no. Me rompió todo".

Ocurrió el 24 de septiembre de 1983, hace ahora 25 años. "Fue una entrada alocada, no venía a cuento", confesaba Goikoetxea el pasado viernes. "Podía haberla evitado, pero venía precedida por una entrada de Schuster no pitada, y yo estaba más caliente de lo normal. Asumí un riesgo excesivo, pero no hubo maldad". Seguir leyendo.


El aura de la habitación 201 . Ramón Besa. El País

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